Presidentas en el Sur, Silencio en el Norte

 

Claudia Sheinbaum acude al Teatro de la Ciudad de México para presentar a su gabinete y programa de gobierno. La foto es gracias a Wikipedia.

La primera presidenta de un país latinoamericano asumió el poder en 1974. Se llamaba María Estela Martínez de Perón, y fue la primera mujer presidenta en Argentina tras la muerte de su esposo, Juan Domingo Perón. Desde entonces, América Latina ha elegido a trece presidentas y a muchas otras mujeres para ocupar altos cargos en el gobierno. Actualmente, sólo 26 países en el mundo son liderados por una mujer y 113 nunca han tenido una mujer como jefe de estado o gobierno, entre ellos, Estados Unidos.

El desarrollo se ha considerado en términos económicos porque era el estándar creado por los países europeos, y esta perspectiva eurocéntrica ha continuado. Hoy en día, lo que separa a muchos países latinoamericanos de EE. UU. en términos de “desarrollo” es su diferencia en poder económico. Para resaltar la magnitud de esta diferencia, el PIB de todo Estados Unidos supera los 27 trillones de dólares, mientras que toda Latinoamérica y el Caribe apenas sobrepasan 7 trillones de dólares. Estas medidas muestran la gran brecha entre Estados Unidos y Latinoamérica en su crecimiento económico, que usualmente revela el desarrollo de un país o una región. No obstante, estas estadísticas no capturan el progreso social en temas como la igualdad de género, sobre todo en relación a la equidad en la representación política. En cambio, se han enfocado en el desarrollo social, que en realidad puede llegar a ser mejor para medir avances. El desarrollo social afecta muchos otros aspectos de vida que contribuyen al bienestar de la población, como la educación, la salud, y el empleo, para nombrar algunos. Sabiendo esto, líderes en altos cargos muestran las creencias de los votantes, y países como México han mostrado que confían en las mujeres para dirigir el gobierno. Las mujeres en el poder legislativo pueden ser un indicador de progreso en todas las medidas de la igualdad de género porque representan la mitad de la población, y con más representación existe más desarrollo social e igualdad. Mientras es imposible argumentar que todos los países latinoamericanos tienen más igualdad de género que la mayoría de los países occidentales, es cierto que la falta de representación de género en la política indica que un país no es tan progresista como creemos. 

En una época que se promociona como moderna, ¿no se deberían cuestionar los estándares de desarrollo al ver la ausencia de mujeres líderes? Actualmente, los indicadores más comunes para medir el desarrollo de un país son su fuerza económica y militar, y su influencia en la política mundial. Sin embargo, muchos de los países “desarrollados,” como Estados Unidos, todavía carecen de bienestar social y continúan la práctica sexista de sólo elegir hombres a la presidencia. Latinoamérica también tiene un problema de machismo, pero países como Honduras, Perú, México, y Nicaragua han logrado elegir presidentas que han sabido manejar su poder político con las expectativas de género. Si países en “vías de desarrollo” pueden hacerlo, Estados Unidos también debería ser capaz. La representación política es fundamental para la igualdad de género—las personas elegidas para los altos cargos del gobierno reflejan la confianza que sus votantes depositan en ellos y marcan el rumbo de la política y la sociedad de sus países. Si esta confianza y responsabilidad no se confiere a las mujeres, ¿realmente podemos decir que vivimos en una sociedad avanzada?

Es necesario recalcar que el impacto del machismo es muy fuerte en América Latina, y sería utópico pretender que ya se ha logrado la igualdad de género. De hecho, sólo en 2021, hubo al menos 4.473 feminicidios en América Latina y el Caribe. El feminicidio, la matanza violenta de mujeres por causas de género, es una expresión de la desigualdad y la discriminación contra las mujeres y niñas. La mayoría de las niñas y mujeres asesinadas tienen entre 15 y 29 años, y sus muertes impactan tanto a sus familias como a sus comunidades. Además, entre el 60% y el 76% de las mujeres en Latinoamérica han sufrido alguna forma de violencia de género y el 25% son víctimas de violencia física o sexual. El machismo está también presente en la política. En algunos casos, toma lugar como restricciones impuestas sobre las mujeres para prevenirles alcanzar altos cargos en el gobierno. En otros, en la retórica política. Los presidentes de El Salvador, Nayib Bukele, y Costa Rica, Rodrigo Chaves, son conocidos por su retórica y sus políticas machistas, así como en las demandas por violencia de género presentadas contra ellos (tienen reputaciones similares a la de Trump en EE. UU.).

Sin embargo, el machismo es más complicado. El machismo causa que la población vea a las mujeres de dos maneras: seres sexuales a ser controladas o personas autoridades con rasgos de naturaleza femenina como virtuoso, benévolo, y digno. Un ejemplo que representa esta dicotomía es el caso de Cristina Fernández, la expresidenta de Argentina, quien era vista como una viuda que necesitaba ser protegida por los hombres. Laura Chinchilla, la expresidenta de Costa Rica, por otro lado, encontró sesgo basado en su identidad como una mujer joven y bonita. No existe una dicotomía así en Estados Unidos, donde las mujeres no tienen autoridad real en todas las situaciones. Además, en Latinoamérica, el carácter maternal tiene mucho más poder que en Estados Unidos, y la edad de Sheinbaum y sus logros pueden haber contribuido a una percepción diferente de ella.  

A pesar de que el machismo sí existe en Latinoamérica, países como México son líderes en la representación de la mujer en el gobierno. México ha desarrollado las tres ramas de gobierno para incluir a más mujeres: Sheinbaum fue la primera mujer electa como presidenta en México, la mitad del Congreso mexicano está compuesto por mujeres, y la representación de género en la Corte Suprema es casi igualitaria. En junio de 2024, la académica Claudia Sheinbaum ganó las elecciones presidenciales mexicanas con aproximadamente el 59% de los votos, superando a su competidora Xóchitl Gálvez, una empresaria y ex-senadora. Al principio, la aptitud de Sheinbaum fue cuestionada, ya que se la consideraba una tecnócrata. Esta crítica fue agravada debido a que el presidente anterior, Andrés Manuel López Obrador, tenía una personalidad grandilocuente y había dedicado su carrera profesional a la política. Sin embargo, pese a carecer la trayectoria de López Obrador, Sheinbaum ha podido establecer una relación estable y de respeto mutuo con Estados Unidos, incluso cuando el presidente estadounidense Donald J. Trump continúa acusando a México de facilitar el narcotráfico y la migración ilegal. Sheinbaum ya ha logrado avances considerables durante su presidencia, como reducir la incautación de fentanilo en la frontera a 263 kilos (una caída del 75%: la cifra más baja en tres años) y ha extraditado a 29 miembros de cárteles de drogas.

Aunque gracias al T-MEC, un acuerdo de libre comercio entre México, EE. UU. y Canadá, Trump ejerce presión económica sobre Sheinbaum, la presidenta mexicana no cede ante Estados Unidos. Bajo la promesa de que México “no es colonia de nadie”, ella promueve la cooperación internacional en lugar de la subordinación. Sheinbaum ha demostrado ser una diplomática experta en su manera de entender e interactuar con Trump. Ella ha estudiado su estilo de oratoria y presentación, y esto le ayuda a mantener una apariencia tranquila, seria, y transparente al hablar con él. A diferencia de muchos líderes mundiales, ha recibido numerosos elogios por parte de Trump. Por ejemplo, en una llamada telefónica, la calificó como “dura,” y, en otras ocasiones, la ha descrito como una “mujer maravillosa”. Trump incluso ha llegado a decir que tienen una relación “muy buena” y pospuso la imposición de aranceles a México “por respeto” hacia Sheinbaum. 

Evidentemente, los logros de la presidenta Sheinbaum han de atribuirse a su persona, no a su género; otras presidentas latinoamericanas no han gestionado su relación diplomática con EE. UU. de la misma manera. Por ejemplo, la presidenta hondureña Xiomara Castro ha cedido ante las demandas de Trump. En agosto de 2024, el ex-presidente estadounidense Joe Biden intervino en el tratado de extradición entre EE. UU. y Honduras, provocando la suspensión del acuerdo por parte de la administración de Castro. Sin embargo, en febrero de 2025, se reanudó el tratado de extradición bajo la administración de Trump. Castro subió una declaración a X estipulando que la aplicación de la ley sería “objetiva” y tendría “salvaguardas necesarias” para proteger la soberanía de Honduras. Todavía sigue en efecto hoy, un año después, y, de alguna manera, simboliza su rendición ante las demandas de Trump. Tiene el objetivo de mejorar sus relaciones migratorias, cooperación militar, libre comercio, e inversión extranjera—una estrategia diferente a la de Sheinbaum, pero con fines similares. 

Es necesario pensar en las implicaciones de una ideología sola enfocada en la economía y si esta ideología refleja o se desafía los problemas actuales en el mundo. A pesar de que Latinoamérica es considerada por el mundo como menos desarrollada en la economía y seguridad, la región está más avanzada que Estados Unidos en la igualdad de género en el gobierno. Hoy en día, las categorías de desarrollo son demasiado generales y necesitamos crear estándares más comprensivos cuando medimos el desarrollo—no podemos considerar una sociedad sin progreso social una sociedad avanzada. El desarrollo económico y el desarrollo social están interconectadas, podemos diferenciarlos para resaltar las diferencias entre los dos, pero hace falta comprender que el desarrollo social merece por lo menos el mismo nivel de reconocimiento que el desarrollo económico en cuanto a la medida de desarrollo. El desarrollo todavía es necesario para impulsar cambios a nivel nacional e internacional, pero necesitamos dar más consideración a las medidas sociales como la igualdad de género si queremos cambios permanentes.

Lauren Chao (BC ‘28) es una escritora del Columbia Political Review que estudia derechos humanos y filosofía. Sus intereses incluyen la immigración, los asuntos internacionales, la ley, la igualdad de género, los estudios de raza y etnia, el imperialismo económico, el nacionalismo del lenguaje, y la libertad de hablar.


The first female president in Latin America, María Estela Martínez de Perón, assumed power in Argentina in 1974 following the death of her husband, Juan Domingo Perón. Since then, Latin America has elected thirteen female presidents and numerous other women to high positions in government. Today, only 26 countries in the world are led by a woman, and 113 countries have never had a woman as the head of state or government, among them, the United States. 

Economic development has been the foremost metric of advancement as a standard created by European countries, and this Eurocentric perspective has continued in the present. To this day, the separation between many Latin American countries and the US in terms of development can be attributed to a disequilibrium in economic power. To highlight the magnitude of this difference, the GDP of the US alone surpasses $27 trillion USD, while all of Latin America and the Caribbean barely surpasses $7 trillion USD. These measures show the great divide between the US and Latin America in economic growth, which usually represents a country or region’s development. Nevertheless, these statistics do not capture social progress on issues of gender equality, especially regarding equal political representation. Instead, they have focused on social development, which in reality may be a better way to measure advancement. 

Social development affects many other aspects of life that contribute to the well-being of the population, for example, education, health, and employment. Seeing leaders in high positions reflects the beliefs of their constituency, and countries like Mexico have shown that voters trust women to lead the government. Women with legislative power can indicate progress in all measurements of gender equality because women represent half of the population, and with greater representation comes greater social development and equality. While it is impossible to argue that all Latin American countries value and practice gender equality more than a majority of Western countries, the lack of gender representation in politics indicates that a country may not be as progressive as we believe.

In this so-called modern age, why are we not questioning existing standards of development, seeing the absence of female leaders? Today, the most common indicators to measure the development of a country are its economic and military power as well as its influence on world politics. However, many of these “developed” countries, such as the US, still lack social welfare and continue the sexist practice of only electing men to the presidency. Latin America struggles with “machismo”, but countries such as Honduras, Peru, Mexico, and Nicaragua have achieved electoral success with female presidents who have understood how to manage their political power alongside their country’s gendered expectations. If countries in “paths of development” are able to do this, the US should be capable of doing the same. Political representation is fundamental to gender equality—those elected to the highest positions of government reflect their voters’ confidence in them and shape the direction of their countries’ politics and society. If this trust and responsibility are not conferred to women, are we really able to say that we live in an advanced society?

It is necessary to emphasize that the impact of machismo is extremely strong in Latin America, and it would be absurd to pretend that the region has already achieved full gender equality. In fact, in 2021 alone, there were at least 4,473 femicides in Latin America and the Caribbean. Femicide, or the violent killing of women because of their gender, is a physical expression of inequality and discrimination against women and girls. The majority of girls and women murdered are between 15 and 29 years old, and the impact of their deaths extends beyond their families to their communities as a whole. Between 60% and 76% of women in Latin America have suffered some form of gendered violence, and 25% of these women are victims of physical and sexual violence. Machismo is present in politics, occasionally taking the form of political rhetoric or restrictions imposed on women to prevent them from reaching high positions in government. The respective presidents of El Salvador and Costa Rica, Nayib Bukele and Rodrigo Chaves, are known for their machismo rhetoric and politics, as well as in the lawsuits for gendered violence filed against them, very similar to the reputation of President Trump.

However, machismo is much more complicated than just gendered violence. Machismo causes the population to see women in two ways: as sexual beings to be controlled or authority figures with natural, feminine traits such as virtuosity, benevolence, and dignity. An example that represents this dichotomy is the case of Cristina Fernández, the former president of Argentina, who was viewed as a widow who needed to be protected by men. On the other hand, Laura Chinchilla, the former president of Costa Rica, encountered sexism based on her identity as a young and attractive woman. The same dichotomy does not exist in the US, where women lack real authority in all situations. Further, in Latin America, the maternal character has much more power than in the US, and Sheinbaum’s age and accomplishments may have contributed to a different perception of her.

Despite machismo existing in Latin America, countries such as Mexico lead in having equal representation of women in government. Mexico has developed their three branches of government to include more women: Sheinbaum was the first woman elected to the presidency in Mexico, half of the Mexican Congress is composed of women, and gender representation in the Supreme Court is almost equal. In June 2024, Claudia Sheinbaum won the presidential elections in Mexico with approximately 59% of the votes, beating her competitor Xóchitl Gálvez, a businesswoman and former senator. Initially, Sheinbaum’s competence was questioned because she was considered a technocrat rather than a politician. This criticism was exacerbated due to differences between her and the previous president, Andrés Manuel López Obrador, who had an ostentatious personality and had dedicated his professional career to politics. However, despite lacking the trajectory of López Obrador, Sheinbaum has been able to establish a stable relationship of mutual respect with the US, even when President Trump has continued to accuse Mexico of facilitating narco-trafficking and illegal immigration. Sheinbaum has already achieved considerable advances during her presidency, for example, reducing the seizure of fentanyl at the border to 263 kilograms (a 75% fall, the lowest statistic in three years) and extraditing 29 drug cartel members.

Through T-MEC, a free trade agreement between Mexico, the US, and Canada, Trump has applied economic pressure on Sheinbaum, but the Mexican president chooses not to capitulate to the US. Under her promise that Mexico “is not a colony of anyone”, she has promoted international cooperation instead of subordination. Sheinbaum has demonstrated her diplomatic expertise in her ability to interpret and interact with Trump. She has studied his style of speaking and presentation, and this has allowed her to maintain an appearance of tranquility, seriousness, and transparency in conversations with him. Sheinbaum has also received numerous praises from Trump, unlike many other world leaders. For example, in a phone call, he described her as “tough” and, on other occasions, he has described her as a “wonderful woman”. Trump has even come to say that they have a “very good” relationship, this assertion coupled with the postponement of the imposition of tariffs on Mexico “for respect” towards Sheinbaum.

The achievements of President Sheinbaum may be attributed to her person, not to her gender; other Latin American presidents have not managed their diplomatic relations with the US in the same way. For example, the president of Honduras, Xiomara Castro, has conceded to Trump’s demands. In August 2024, the former US president Joe Biden intervened in the extradition treaty between the US and Honduras, suspending the agreement on behalf of Castro’s administration. However, in February 2025, the extradition treaty was renewed under the Trump administration. Castro uploaded a statement to X, stipulating that the application of the law would be “objective” and would have “necessary safeguards” to protect Honduras’s sovereignty. This treaty is still in effect today, and in some ways symbolizes Honduras’s surrender to Trump’s demands. Castro’s objective is to improve Honduras’s migratory relationships, military cooperation, free trade, and foreign investment—she has a different strategy than Sheinbaum, but ultimately the same goals.

It is necessary to think about the implications of an ideology focused solely on the economy and if these ideas reflect or challenge real problems in the world. Despite Latin America being considered by the world as less developed in its economy and security, the region is more advanced than the US in gender equality in government. Today's categories of development are too general, and we must create more comprehensive standards when we measure development—namely, we should not consider a society without social progress an advanced society. Economic development and social development are interconnected: we can separate them to highlight the differences between the two, but it is necessary to understand that social development deserves at least the same level of recognition as economic development in terms of development measures. Economic development is still necessary to incite change at national and international levels, but we must give more consideration to social measures such as gender equality if we want lasting change.

Lauren Chao (BC ‘28) is a writer in the Columbia Political Review studying human rights and philosophy. Her interests include immigration, international affairs, law, gender equality, race and ethnic studies, economic imperialism, linguistic nationalism, and freedom of speech.

 
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